Se le ha ido la olla. Menudo descojone. Una chaladura de principio a fin. Thiong'o está como una regadera. Qué se había fumado cuando escribió esto... cosas así se podrían decir después de leer esta novela. Un desparrame en definitiva. Pero también podrías decir: joder, vaya mala leche. No deja títere con cabeza. Tira con bala. Qué desesperanza. Qué crudeza.
Este libro es un manual de cómo diseccionar un país y ponerlo bajo un foco que exagera hasta lo absurdo los defectos de cada estrato social. Mientras te sumerges en la novela desfilan por sus páginas todo tipo de caricaturas: un cruel dictador omnipotente como un dios, que se hincha como un globo. Políticos serviles y mezquinos que se someten a operaciones de estética para ponerse ojos de sapo u orejas enormes para agradar a su líder. Crueles empresarios corruptos a niveles estratosféricos. Unas fuerzas de seguridad plagadas de estúpidos, borrachos y maleantes. Absurdos organismos internacionales a los que todo les importa una mierda. Una población borreguil, atontada, que hace colas infinitas sin saber para qué. En definitiva una bufonada, en toda la extensión de la palabra. Una historia que sirve de excusa para denunciar que la estupidez, la superstición, la corrupción y la sumisión son las verdaderas fuerzas que dan forma a la imaginaria República Libre de Aburiria. Una crítica desoladora de un país, que consigue, por difícil que parezca, que acabes riéndote. Al final este libro me desconcierta, porque aunque ya conocía historias tremendas de dictadores africanos, y también he leído sobre su corrupta, incomprensible y desesperante burocracia, no me puedo creer el paisaje que se adivina detrás del esperpento. ¿puede un país ser tan caótico?

