Hace un par de meses leí dos buenos libros sobre la Guerra Civil española.
La línea de fuego, de Pérez Reverte. Aunque es un libro enorme, en todos los sentidos, relata una operación pequeña, en un pueblo cerca del río, en la definitiva Batalla del Ebro. No hay trascendencia en la posición, es un pueblo inventado, con un valor estratégico mínimo. Esta irrelevancia intencionada confiere a este episodio un carácter simbólico de toda la contienda. La tesis de esta novela, es que la guerra civil española fue un horror absurdo, donde no hay bando bueno y bando malo y donde cada personaje tiene en su biografía una motivación comprensible y distinta por la que luchar (o no luchar) en uno y otro bando. Esta comprensión no es sino una constatación del fracaso más absoluto de la sociedad, si todos tenían razones para combatir, es que la guerra era irremediable, la guerra civil como consecuencia no como causa. Por otro lado aún reconociendo este fracaso, Reverte concede al enfrentamiento una grandeza que la convierte en la prueba definitiva donde cada hombre muestra la pasta de la que está hecho.
Reverte lo hace bien, te traslada a la batalla, a la primera línea y el polvo se te mete en los ojos, los tímpanos te revientan con las granadas, la sangre del compañero te mancha tu camisa, que apesta a sudor. Oyes las balas silbando, fumas tabaco de picadura, y engrasas tu mauser para la siguiente escaramuza. Se nota que sabe de lo que escribe, le saca partido a su experiencia como corresponsal de guerra. En este escenario tan convulso van apareciendo una extensa panoplia de personajes como si fuera el salón de una obra de Jardiel Poncela. El capitán republicano descreído, el heroico y responsable alférez legionario, la valiente feminista, el desertor que acaba luchando más que nadie, el pragmático moro, mejor adaptado a la barbarie que ninguno, el dinamitero comunista, el malvado comisario político soviético, el iluminado requeté catalán, los insensibles altos mandos, los periodistas, y muchos más... Todo un poco forzado. Para mí, es el mayor error de esta novela, le resta credibilidad a la magnífica puesta en escena de la guerra. Además toda esa presentación de personajes, alarga en exceso el libro, que alcanza casi las setecientas páginas. Puedes acabar exhausto con tanta batalla. Aún así merece la pena, lo recomiendo. Eso sí, no apto para almas apacibles, que no soportan la literatura épica de guerra, muerte y heroísmo.
Con un par semanas de antelación leí también A sangre y fuego, de Chaves Nogales. Compré este libro por la admiración que le tiene el locutor Carlos Alsina, al cual escucho cada mañana, con la misma fidelidad que un feligrés a su párroco, aunque con menos devoción. Confieso que no conocía a Chaves Nogales, y según leo reseñas sobre su vida, entiendo por qué le gusta tanto a Alsina. Él propio Chaves Nogales se definía como un pequeño burgués liberal, enemigo de los extremismos de ambos lados del espectro político. Por eso mismo fue considerado un traidor para los dos bandos de la guerra civil y tuvo que exiliarse en Francia primero y después en Inglaterra. El libro se compone de nueve relatos variados sobre distintas situaciones vividas en la guerra. Desde el estado de terror del Madrid bombardeado por los nacionales y sometido al terror de las checas, a la crueldad de los terratenientes contra los jornaleros. Desde la banda de delincuentes que enarbola la bandera de la revolución para saquear allí por donde pasan, a la nobleza primitiva de los feroces moros regulares. Un mosaico que al final se transforma en un nítido espejo en el que se ve reflejado el terrible desastre que fue la guerra civil, alentada por los dos irreconciliables bandos, y sufrida por todos, no solo durante los tres años que duró, si no durante los 40 siguientes. Este desastre que fue fruto de una visión de la política y de la sociedad en la que el contrario, el que no piensa como tú es visto como un enemigo o un gilipollas. Todo muy actual, por desgracia.
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