jueves, 13 de julio de 2023

Las primeras veces

La plácida y monótona melodía de mi primera caja de música, una cara de osito, que me ponían para dormir.  Oigo todavía hasta el crujir del mecanismo al tirar excesivamente de la cuerda. Su melodía descansa entre mis recuerdos más primarios.

La emoción al disfrazarme por primera vez, de Superman, por supuesto. La licra azul apretándome los brazos, y yo de pie, feliz y orgulloso sobre la silla del cuarto de estar, mientras mamá me ayuda a ponerme las calzas rojas sin suela.

El frío intenso del primer baño de cada año en la piscina todavía a medio llenar, con la tarde ya echada, casi a oscuras, animado por el jaleo de mis amigos, que eran más frioleros, o menos entusiastas. 

La inseguridad del primer día en un colegio nuevo. Atento a todas las caras, obediente a todas las indicaciones. El olor a sudor infantil y goma de borrar de las clases. 

El placer de la primera vez que olí el aroma a pan recién hecho de Hoyos Mari. Un olor que casi calentaba la plaza del colegio en las mañanas heladas de enero. Era tan intenso como un segundo desayuno. 

La impaciencia por llegar a casa y escuchar el primer vinilo que compré en Discoplay. El recorrido de vuelta en el 150, fisgoneando la carátula, evaluando el diseño gráfico, anticipando las canciones al leer las letras. 

La pena e incomprensión del primer luto, un abuelo. El gusto amargo de las lágrimas que no salen y se quedan en la garganta. La escenografía de la muerte percibida por primera vez.

La sensación de vértigo y libertad de mi primer viaje solo, sin móvil, sin gps. Los documentos, los billetes, los auriculares, los mapas, el libro...

El amargor adulto de mi primera cerveza y los mareos del primer pitillo. Ese mirar a través del humo, atento a las reacciones de los demás.

El escalofrío y la curiosidad del primer beso con lengua. La timidez al principio, el exceso más tarde. Los alientos en el cuello, como mariposas. Las manos inquietas, viajeras. 

El ilusionante olor a pintura fresca en mi primera casa. El eco prometedor del salón sin amueblar. Los proyectos y fantasías que se acumulan en las habitaciones vacías.

La primera vez que coges a tu bebé, sentir su futuro en esa ligereza. Y sentir esa vida nueva como un fragmento de tu alma escapada de ti, libre e incierta.

Hay miles de primeras veces que componen el mapa de mis recuerdos más sensoriales. Esas primeras veces quedan en mí, no como una historia que relatar sino como un volver a sentir,  una máquina del tiempo real en la que me pierdo cuando me deslizo por la tentadora pendiente de la melancolía.

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