La pregunta que nos hacemos todos ahora, (hace 100 años no era tan importante) es cómo conseguir ser feliz. Se ha impuesto como una especie de obligación, de mandato social. Si no haces todo lo posible para ser feliz, eres un pirado, un raro. Claro, ¿quién no quiere ser feliz?
Pero, entremos en el concepto de felicidad. Para unos, los optimistas, es un estado de ánimo que se puede alcanzar, y de alguna manera puedes retener y permanecer en él. Para los moderados, existen momentos de felicidad, pero son puntuales, y a lo largo del tiempo dependerá de cuántos han sido los buenos momentos y cuántos los malos y de qué calibre para determinar si has tenido una vida feliz y plena. Luego tenemos a los cenizos y pesimistas, que niegan la existencia de la felicidad más allá de ser un concepto filosófico. Podremos tener momentos de plenitud, placer y de alegría pero nunca de felicidad plena, ya que somos mortales y sabemos que sufriremos cuando esos momentos de alegría se alejen.
Si tuviera que alinearme con una de los tres grupos que he mencionado antes, supongo que me definiría como un pesimista moderado. No creo que sea posible alcanzar la felicidad plena. "Soy muy feliz" me parece una frase para una entrevista del HOLA.
Olvidarse de la felicidad es el camino más corto para acercarse a ella. No estoy hablando de renunciar a tus deseos para no sufrir la frustración de no conseguirlos. Tampoco renuncio a amar profundamente a alguien, aunque te arriesgues al tremendo dolor de perderlo. Según lo veo, la paradoja es que la negación de la existencia de la felicidad es mejor la manera de acercarse ella. No consiste en renunciar a tus deseos para ser más feliz. Esa finalidad, ese "para ser más feliz", lo estropea todo.
La plenitud de una vida hay que aceptarla con todo lo que conlleva. Hay momentos, incluso épocas, donde la libertad, el amor y la belleza lo llenan todo, en la que puedes caer en el error de que van a ser eternos. Los hombres tenemos la costumbre de asumir que las cosas son permanentes, nos olvidamos de lo fugaces que somos. Si nuestra vida entera es una chispa, imaginad lo que es un enamoramiento, un duelo por un ser querido, una ruptura, el éxito profesional, un accidente de tráfico... Solo el reconocimiento de que llegarán momentos duros y otros felices, unos sobrevenidos y a veces predecibles, y la aceptación de los mismos como parte del trato, te va a ayudar a superarlos. No digo que sea fácil. Y mucho menos, que yo tenga la fortaleza de carácter para afrontarlo de esa manera, pero sí que atisbo que por ahí hay una senda que me gustaría seguir.